Escucha Pequeño
hombrecito por Wilhelm Reich
Pequeño Hombrecito, de tí depende el destino de la humanidad. Pero me da
miedo, porque no hay nada de lo que huyas más, que de tí mismo. Estás enfermo, ¡muy enfermo!, Pequeño
Hombrecito. No es culpa tuya. Pero es tuya la responsabilidad de curarte. Debes
comprender que hiciste de tus pequeños hombres tus propios opresores, y que
hiciste mártires de tus hombres auténticamente grandes; que los crucificaste y
asesinaste y les dejaste morir de hambre; que ni siquiera tuviste un
pensamiento para ellos y su trabajo por tí; que no tienes idea de a quién debes
las plenitudes, cualesquiera que sean, que existen en tu vida.
Dices, «Antes de creerte quiero conocer tu filosofía de la vida.» Durante
mucho tiempo estuve en estrecho contacto contigo porque conocía tu vida por mi
propia experiencia y quería ayudarte. Mantuve este contacto porque tú
reclamabas mi ayuda, a menudo derramando lágrimas. Poco a poco entendí que aceptabas mi ayuda, pero que eras incapaz de
defenderla. No soy Rojo, ni Negro, ni Blanco, ni Amarillo; No soy Cristiano, ni Judío, ni Mahometano, ni
Mormón, ni Poligamio, ni Homosexual, ni Anarquista, ni Boxer...
Abrazo a mi mujer porque la amo y la deseo y no porque tenga un
certificado de matrimonio o porque esté sexualmente hambriento
No le pego a los niños, no pesco ni cazo ciervos o conejos. Pero soy un
buen tirador y me gusta dar en el blanco.
No juego al bridge ni organizo fiestas para extender mis teorías. Si mis
enseñanzas son correctas se extenderán por sí mismas.
Respeto estrictamente toda ley razonable, pero la combato cuando es
obsoleta o sin sentido. (No corras al juez municipal, Pequeño Hombrecito, ya
que él hace lo mismo si es un individuo decente).
No creo que para ser religioso en el auténtico sentido de la palabra, uno
tenga que arruinar su vida amorosa, rigidizarse y reprimirse en cuerpo y alma.
Sé que lo que tú llamas «Dios» existe realmente, pero de manera diferente
a lo que tú piensas: como la primordial energía cósmica en el universo, como el
amor en tu cuerpo, como tu honestidad y tu sentimiento de la naturaleza en tí
mismo y a tu alrededor.
Tengo miedo de tí, Pequeño Hombrecito. No siempre fue así. Yo mismo fui un
Pequeño Hombrecito, entre millones de Pequeños Hombrecitos. Entonces llegué a
ser un científico natural y un psiquiatra, y aprendí a ver cuán enfermo estás y
cuán peligroso te hace tu enfermedad. Aprendí a ver el hecho de que es tu
propia enfermedad emocional, y no una fuerza exterior, la que, cada hora y cada
minuto, te anula, incluso aunque no exista ninguna presión externa.
Desde hace tiempo te habrías liberado de tus opresores si no hubieras
tolerado la opresión y no la hubieras apoyado tan activamente. Ninguna fuerza
policial del mundo sería suficientemente poderosa para suprimirte si tuvieras
sólo un ápice de autorespeto en la práctica diaria de vivir, si supieras
profundamente, que sin ti la vida no duraría ni una hora.
Habrías vencido a los tiranos hace tiempo, si interiormente hubieras
estado vivo y sano. Tus opresores provienen de tus propios medios, así como en
el pasado provenían de los estratos superiores de la sociedad. Incluso son más
pequeños de lo que tú eres, Pequeño Hombrecito. Ya que se necesita una buena
dosis de mezquindad para saber de tus miserias a través de la experiencia y
entonces utilizar este conocimiento para anularte.
¡ESCUCHA, PEQUEÑO HOMBRECITO! no es un documento
científico sino un documento humano. Fue escrito en el verano de 1945 para los
archivos del Instituto Orgonómico y no estaba destinado a publicarse. Es el
resultado de las tempestades y luchas internas de un científico y médico
natural que ha observado durante decenios -primero como ingenuo espectador, después
con asombro y por fin con horror-, lo que el hombre de la calle se inflinge a
sí mismo, cómo sufre y se rebela, cómo admira a sus enemigos y asesina a sus
amigos...