"Padre Nuestro, que estás en los Cielos,
Santificado sea Tu Nombre,
Venga a nosotros Tu Reino,
Hágase Tu Voluntad,
así en la tierra como en el Cielo.
El pan nuestro de cada día dánoslo hoy,
y perdona nuestras ofensas,
así como nosotros perdonamos a quiénes nos ofenden,
y no nos dejes caer en la tentación:
porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria,
por todos los siglos. Amén."
Santificado sea Tu Nombre,
Venga a nosotros Tu Reino,
Hágase Tu Voluntad,
así en la tierra como en el Cielo.
El pan nuestro de cada día dánoslo hoy,
y perdona nuestras ofensas,
así como nosotros perdonamos a quiénes nos ofenden,
y no nos dejes caer en la tentación:
porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria,
por todos los siglos. Amén."
Introducción
Voy a tratar ahora de mostraros
el significado de estas tres primeras frases, pero no podré decíroslo todo,
porque se trata de algo inmenso. Vais a ver... Jesús puso en estas frases toda
una ciencia muy antigua que ya existía mucho antes que él y que había recibido
de la tradición, pero la resumió y la condensó tanto que sólo los Iniciados
pueden comprenderla.
Toda la ciencia que poseía quiso
resumirla en el “Padrenuestro” con la esperanza de que los hombres que
lo recitasen y meditasen plantaran esta semilla en su alma, la regarían, la
protegerían y la cultivarían, para descubrir lo que es este árbol de la ciencia
que nos dejó. Sí, pero es una lástima, recitan esta oración sin reflexionar,
maquinalmente.
“Padre nuestro que estás en los
Cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu
voluntad, así en la Tierra como en el Cielo...” Con estas tres peticiones empieza ya el
trabajo espiritual, iniciático, el trabajo mágico por excelencia.
“Padre nuestro que estás en los
Cielos”,
significa que existe un Padre celestial que lo ha creado todo, de quien depende
todo, que es el Dueño del universo, pero que también existen varios Cielos,
varias regiones a las que se llaman “Cielos”, con sus habitantes y toda una
organización extraordinaria. Y el Padre Celestial habita, pues, en los Cielos.
“Santificado sea tu nombre” Eso significa que el Padre
Celestial tiene un nombre que hay que conocer y santificar. ¿Y qué quiere decir
santificar el nombre de Dios? Ésta es una parte importante de una ciencia muy
antigua. Los Iniciados nos enseñan que todo lo que hacemos debe ser puro,
luminoso y sagrado para que el nombre de Dios sea santificado toda nuestra
vida, en el menor de nuestros actos. Es todo un programa, pues, el que Cristo
nos ha trazado; no se menciona en detalle, pero veréis que es la consecuencia
lógica de las explicaciones que voy a daros.
“Venga a nosotros tu Reino”. Eso significa que existe un
Reino de Dios, con sus leyes, su organización, su armonía, y con todas las
cualidades de un reino perfecto, ideal, unas cualidades que todavía no nos
podemos imaginar, pero de las que tenemos a veces una visión fugaz en los
momentos más maravillosos y más espirituales de nuestra vida. Porque sólo
cuando nos encontramos en estos estados maravillosos empezamos a comprender lo
que es el Reino de Dios. Si no, ¡si tuviéramos que imaginarnos los reinos
terrestres!... Los reinos terrestres están lejos de ser perfectos: en ellos hay
continuamente peleas, gritos, motines, revoluciones, locuras. Eso no es el
Reino de Dios. Sin embargo, este Reino puede instalarse en la Tierra, existe
toda una Enseñanza y unos métodos para hacerlo venir. Porque no basta con
pedirlo. Pedirlo, sí, se está pidiendo desde hace miles de años, pero no viene
porque se pide sin hacer nada para que venga.
“Hágase tu voluntad, así en la
Tierra como en el Cielo”, significa que la voluntad de Dios debe ser realizada en el plano
físico, en el cuerpo físico, tal como ya ha sido realizada arriba, en el Cielo.
El hombre ha sido creado a
imagen de Dios, es decir que, como Él, es una trinidad: intelecto, corazón,
voluntad. Las tres primeras frases del "Padrenuestro" corresponden a
esta trinidad.
Desarrollo
Desearía rescatar de esta conferencia algunas claves para vivir el: "Venga a nosotros tu Reino"... pero antes debemos comenzar por: “Santificado sea tu nombre”.
Pero no podemos santificar nada si nosotros mismos no somos santos. Lo mismo
que no podemos purificar nada si nosotros mismos no somos puros. Sólo la luz
puede, pues, santificar, puesto que ella misma es santidad. La luz en el hombre
se encuentra en el plano mental, en su cabeza, en sus pensamientos. Es ahí
donde santifica en primer lugar el nombre de Dios. Pero para ello debe saber
que la luz no puede entrar en la cabeza de aquél que no ha descorrido las
cortinas. El hombre quiere que la luz venga, pero deja las cortinas corridas y
la luz no puede entrar. La luz no es poderosa hasta este punto. Es todopoderosa
para hacer mover los mundos, es verdad, pero no puede descorrer una cortina,
somos nosotros los que debemos hacerlo. Cuando están descorridas las cortinas
la luz entra inmediatamente en nuestra habitación, es decir, en nuestra cabeza,
en nuestro intelecto, y todo se vuelve claro. Después, cuando hemos
comprendido, cuando sabemos que un pensamiento luminoso puede santificar todos
los objetos y todas las criaturas, debemos lanzarnos a hacer este trabajo y
vivir, desde principio a fin de jornada, con el gozo extraordinario de poder,
por fin, santificar todo lo que tocamos, todo lo que comemos, todo lo que
miramos.
Sí, el mayor gozo que existe en
el mundo, mis queridos hermanos y hermanas, es el de llegar a la comprensión de
esta práctica cotidiana y, por todas partes a donde vayamos, bendecir,
iluminar, santificar. Sólo entonces cumplimos el precepto que Cristo nos dio.
Pero repetir: "Santificado sea tu nombre", sin hacer nada para santificarlo,
incluso en nuestros actos, es no haber comprendido nada. Y eso es justamente lo
que sucede: este trabajo, que es el más formidable de todos, todavía no ha
empezado en el mundo. Sólo algunos sacerdotes, algunos Iniciados, algunos yoguis,
piensan en purificarlo todo, en santificarlo todo, pero eso no basta, porque,
mientras tanto, los demás lo destruyen, ensucian y profanan todo con su
ignorancia y su grosería.
Para ser más preciso todavía, os
diré que la verdadera santificación se produce más arriba de la región del
pensamiento y de la inteligencia, que es también la región de la purificación.
La santificación afecta al alma y al espíritu. Éste es el mundo de la supra
consciencia, del éxtasis, el mundo de todas las revelaciones y de toda la
beatitud. El que se consagra a santificar sin cesar el nombre de Dios puede
llegar hasta el éxtasis.
Con la segunda petición:
"Venga a nosotros tu Reino", descendemos al mundo espiritual del
corazón. El nombre de Dios debe ser santificado en nuestra inteligencia, pero
es en nuestro corazón en donde su Reino debe venir a instalarse, porque el
Reino de Dios es un reino de amor, de bondad, de generosidad, de caridad y de
armonía entre todas las criaturas, es el reino del gozo, de la felicidad y de
la paz que debe instalarse en el corazón de todos los hombres. Este Reino no es
un lugar, sino un estado interior en el que se refleja todo lo que es bueno,
generoso y desinteresado. De este Reino decía Jesús hace dos mil años: "Está
cerca", pero todavía no ha venido, y no vendrá ni siquiera dentro de
veinte mil años si nos contentamos con esperar externamente su venida sin hacer
nada dentro de nosotros. En realidad, este Reino ya ha venido para algunos;
para otros viene, y para otros aún, vendrá... Para los Maestros y los Iniciados
ya ha venido desde hace mucho tiempo; para los discípulos viene; y para la masa
vendrá... ¡pero no se sabe cuándo!
Fragmentos de la Conferencia del
7 de mayo de 1961 dictada por el Maestro: OMRAAM
MIKHAÉL AIVANHOV
“PADRE NUESTRO...”, “AL PRINCIPIO ERA EL VERBO”-Capítulo III.